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La figura del cuidador informal

Cuando una familia se enfrenta a la vejez de uno o varios de sus miembros, aparece la figura del cuidado informal principal. Este rol, esta figura, es la que cumple el miembro de la familia que principalmente, aunque no en exclusiva necesariamente, se encarga del cuidado general de la persona que envejece. El cuidador y cuidadora se encarga de vigilar las rutinas diarias, la higiene, la medicación y visitas médicas, la alimentación, las relaciones sociales, el estado de ánimo, la actividad general de la persona mayor.

En muchos casos ésta responsabilidad se diluye y se turna, cuando nuestros mayores residen una temporada con cada miembro del núcleo familiar o los hijos e hijas se turnan para dicha supervisión. Pero incluso en estos casos, la responsabilidad principal suele recaer especialmente en alguno de los hijos/as o familiar cercano.

Esta figura de cuidador se denomina “informal” para diferenciarlo del personal sanitario formado para ofrecer dichos cuidados en un entorno institucional o en ayuda a domicilio. El cuidado informal habitualmente no tiene formación especializada para ofrecer dichos cuidados, sino que aprende a medida que hace. El cuidador formal, por el contrario, tiene formación específica y especializada para ofrecerlo.

El cuidador informal es una persona con un elevado riesgo de sufrir estrés crónico y serios problemas afectivos y adaptativos, ya que el peso del cuidado de la persona mayor muchas veces sobrepasa los recursos del cuidador.

Cuando por distintas razones y circunstancias la familia se ve obligada a tomar la decisión de ingresar a la persona mayor en una residencia, no terminan los problemas para el cuidador principal, sino que en muchos casos empiezan. En esta situación vital complicada, el cuidador o cuidadora se enfrenta a lo que llamamos disonancia cognitiva: por un lado siente el alivio de poder descansar de dichos cuidados, por otro se enfrenta a la culpa de dejar de hacerlo. Esta disonancia es complicada de manejar y puede dificultar seriamente la adaptación de la persona mayor a la vida en la residencia.

Una de las actitudes que puede ayudar a diluir esta disonancia y a sobrellevar mejor la situación es pensar que la responsabilidad del cuidado no desaparece por completo. La familia sigue siendo responsable del cuidado de la persona, y esta responsabilidad va más allá de estar pendiente de que la residencia ofrezca los cuidados adecuados y un trato de calidad al anciano. Hay una responsabilidad que es muy importante y que sólo puede cumplir la familia, ésta función es la de soporte emocional, afectivo y social de la persona mayor. Los vínculos familiares son imprescindibles a insustituibles, y son la función principal que la familia cumple hasta el final. Sin ellos, la calidad de vida de la persona mayor disminuye de forma drástica.

Por eso, desde Las Mimosas siempre fomentamos los espacios familiares y el tiempo de calidad con los hijos/as de nuestros mayores, porque aunque hacemos nuestro trabajo con cariño y dedicación, no podemos sustituiros.

 

PILAR JIMÉNEZ. PSICÓLOGA LAS MIMOSAS

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